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Friday, 29 June 2018

Todos somos Marco


Todos somos Marco

Experto en decensos


Soy Marco, el que navega de día en día como si atravesara continentes inhóspitos e inexplorados.
Viajo de lunes en lunes como quien va de una isla a otra, como quien recorre valles y desiertos sin equipaje, sin provisiones y sin agua.
Soy el viajero de lo cotidiano. Me voy de rumba, me enamoro, me siento solo, me deprimo y al final no sé cómo salir de los infiernos.
He visto monstruos allá abajo, en las zonas de sombra, en los recónditos laberintos del inconsciente.
He pensado en el suicidio, en irme lejos, donde nadie conozca mi nombre. He soñado con ser monje cartujo, pigmeo, marinero o esquimal.
Siempre estoy ausente, lejos, ensimismado. Es difícil atraparme.
La ciudad es una cebolla y exploro cada capa con la misma intensidad.
He amado con pasión, con angustia, al filo del abismo. Y también me he despertado en medio de la noche sabiéndome completamente solo, sin nadie, como un Robinson Crusoe extraviado en esta ciudad de lluvias y tormentas. Un Robinson vagabundeando de calle en calle, nómada, sin tribu ni familia. Un Robinson cabizbajo que se hunde en las peligrosas noches de una ciudad fantasmagórica.
Soy Marco, el enamorado, el solitario, el náufrago. Pero también soy Jorge, Carlos y Fidel. Soy Amanda, Carmen y Lulú. Soy del sur y del norte, del Defectuoso y Buenos Aires. Soy de Lima y Montevideo, de La Habana y Santiago.
Soy heterosexual, bisexual, homosexual, transexual, asexual. Me gusta todo el mundo y no me gusta nadie. Me acuesto con todos y con ninguno. Todas las camas de la Tierra son mías y en ninguna puedo dormir. Sé que detrás de cada caricia se esconde un inmenso dolor y que todo amor es el comienzo de una larga caída. Jamás digo te amo y nunca aprendí a decir adiós. Al final, siempre duermo a la intemperie.
Conozco el pecado como pocos. Soy experto en descensos, en hacerme daño, y me cuesta mucho rescatarme.

Todas las noches sueño con el Sputnik


Conozco puertas que conducen a otros mundos, pasadizos secretos, túneles interdimensionales. La realidad es un laberinto y yo sé dónde está la salida. Soy el aventurero de las dimensiones desconocidas, el caminante de los universos paralelos. Todas las noches sueño con el Sputnik. Soy el piloto de las aerolíneas de Dios. Soy el psiconauta que al final siempre se acuesta solo y en posición fetal.
Me dicen que necesito ayuda, que debo ir al psicólogo, que debo convertirme en el dócil discípulo del terapeuta. Mi estado natural es la melancolía. Soy siempre el problema, el obstáculo, alguien del que es imposible sentirse orgulloso. No me interesa la política sino la po-lírica. La enfermedad es una antigua conocida y siempre me curo a punta de palabras.
Soy experto en desilusiones. No tengo planes, no me aferro, sé que toda esperanza es una trampa. Paso las noches en vela navegando hacia la nada. Mi soledad es mi única riqueza. No me miento. Perder es mi consigna.
Ayer es hoy, mañana es hoy, todos los tiempos se precipitan hacia el ahora. Voy dando la vuelta por un laberinto en el que siempre termino frente al mismo espejo. Pasado, presente y futuro no son más que metáforas maleables de una misma curva.
Carpe Diem.
Un día me moriré como cualquiera y entonces volveré con otro nombre y otro rostro, encarnaré en otro cuerpo y tendré otra cara. Seré indio, rubio, negro, mestizo o zambo. Me llamaré José, Raquel o Guadalupe. Seré paisa, porteño o mexicano. Morir no es más que viajar hacia el siguiente nacimiento.
Siempre estaré en tránsito y espero algún día aprender a ascender, aprender a ser superior a mis desgracias y a mis más hondas miserias.



Tomado de una lectura de Mario Mendoza.



Wednesday, 10 October 2012

La nostalgia - Bacánika

Que verraco es estar en un lugar donde uno se siente ajeno, donde todo aquello que uno pensó que era se desvanece así como así.





La nostalgia




ESCRITO POR 





    Y de repente, cuando uno está lejos del país, le llega la nostalgia y lo deja en el suelo, doblado de dolor, sin aire, con conteo de protección.

    No importa si está uno en Madrid, en una calle cualquiera de Nueva York, en Singapur o en la Patagonia, da igual. Lo cierto es que se siente esa necesidad, esa ausencia, ese vértigo de no saber qué diablos está haciendo uno lejos de su gente, de su barrio, de sus amigos, de la persona que tanto ama. Es como si el piso se abriera y uno empezara a caerse en un abismo sin fondo.Pertenezco a una generación que experimentó la nostalgia sin correos electrónicos ni Skype.
    La sensación de lejanía era tremenda. Había que esperar dos o tres semanas para recibir la carta de regreso. Recuerdo en las calles de Madrid haciendo trampas con marroquíes, afganos y bolivianos para llamar a nuestros países gratis. A las tres de la mañana, y muy pendientes de que la policía no nos fuera a pillar, alterábamos un teléfono y nos íbamos dando turnos de a diez minutos por individuo. Luego uno volvía a hacer la fila y llamaba a otro pariente o a otro amigo. Nos cogía la madrugada así, haciendo fila junto a otros nostálgicos que también lloraban en la cabina, mandaban abrazos o prometían amor eterno en distintos idiomas. Qué duro era, carajo…
    A veces llegaba algún colombiano y entonces lo llamaban a uno y le decían: ven este domingo, hay arepas y chocolate de verdad. Uno llegaba temprano, muy pendiente, y de repente, como si el país acabara de aterrizar en esa sala o esa cocina, aparecían las arepas de Promasa y el chocolate Sol recién batido. Y era inevitable que a uno se le hiciera un nudo en la garganta o se le aguaran los ojos. Y si a alguien se le ocurría poner un vallenato o una canción de Alci Acosta, quedábamos todos liquidados, como para pedir un pañuelo. Uno sólo se reconoce colombiano cuando ha estado lejos…
    Un amigo que estaba casado con una extranjera me llamaba a la madrugada, cuando aquí en Colombia eran las diez de la noche, y, borracho, empezaba a decirme:
    - Chokis, Arequipito, veleño, Herpo, Bon Bon Bum, Chocoramo, pandeyuca, pandebono…
    Lo decía como una plegaria, como si estuviera rezando. Era una retahíla de palabras que sólo tienen sentido para un colombiano. Y entonces yo sabía que la nostalgia había llegado y que no tenía a nadie a su lado para recordar lo que era una buena aguapanela con tamal o con almojábana.
    He visto a colombianos dejar doctorados y trabajos extraordinarios para salir corriendo al aeropuerto a coger el primer vuelo a Colombia, así, súbitamente, sin pensar en nada, como quien sabe que su vida depende no de su razón, sino precisamente de todo lo contrario: de su irracionalidad, de su desmesura. No importa si después hay que llegar a las viejas calles, a la falta de oportunidades, a no saber qué diablos va a hacer uno con su vida. Pero al menos le queda la posibilidad de irse hasta la panadería y pedir un roscón con Colombiana o con Pony Malta.
    Somos nuestras calles, nuestras empanadas, nuestros guisos, nuestra música, nuestro caos, nuestra fuerza, nuestro heroísmo, nuestros defectos, nuestra alegría, nuestra rumba. Para bien y para mal. Y cuánta falta nos hacen cuando estamos caminando por calles ajenas, hablando con otros que no entienden nuestras palabras más propias y durmiendo en casas donde nadie sabe en realidad quiénes somos.

    http://www.bacanika.com.co/index.php/secciones/opinion/item/1196-la-nostalgia